¿Por qué la victoria de Donald Trump debería inquietar a las mujeres?

Sesenta millones de estadounidenses festejan la victoria del candidato por el Partido Republicano, mientras un número similar angustia entre la incredulidad y el miedo. Ignoramos la reacción de la otra mitad del electorado que se quedó en casa el 8 de noviembre. Pero en esa amalgama que llamamos Estados Unidos, un grupo en particular debería inquietarse por el resultado: las mujeres.

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La victoria de Donald Trump confirmó el rechazo de una parte importante del electorado a la clase política estadounidense (AFP)

La gran victoria del sexismo

Muchos no votaron por Hillary, sino contra Trump. No los suficientes para detenerlo. Porque el magnate representa una América en la que se reconoce el fragmento más retrógrado del electorado, en especial los hombres blancos aferrados al anacrónico patriarcado.

Trump construyó su campaña sobre la frustración, el miedo y el revanchismo: el sentimiento de fracaso de una parte de los trabajadores y la clase media blanca, golpeados por la última crisis económica, víctimas de la globalización; el temor a la influencia creciente de inmigrantes, afroamericanos, minorías y mujeres; la nostalgia por un orden tradicional que es preciso restaurar mediante las urnas o la violencia.

En la América de Trump los hombres pueden tildar a sus compatriotas de mujerzuelas, descalificarlas por su apariencia, poner en duda sus competencias por el simple hecho de haber nacido mujer y vanagloriarse del abuso sexual. Y luego afirmar, sin rubor, que nadie respeta más a las mujeres. La grandeza de su slogan de campaña –Make America Great Again—prometía devolver a los varones blancos conservadores el poder de decidir sobre ellas como si les pertenecieran.

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Hillary no logró movilizar una cantidad suficiente de mujeres, afroamericanos y minorías (AFP)

Y a pesar de todo esto, millones de mujeres eligieron a Trump. Según encuestas a boca de urna, el 42 por ciento de las estadounidenses prefirieron al republicano (frente a 54 por ciento a Hillary). Aunque parezca increíble, una de cada cuatro hispanas se inclinó por el multimillonario, mientras el 62 por ciento de las mujeres blancas votaron del mismo modo.

La presidencia de Trump, fortalecida por el control del Congreso y la designación de uno o más jueces de la Corte Suprema, pondrá en peligro derechos fundamentales de las mujeres. El vicepresidente Mike Pence se ha opuesto con vehemencia al aborto. En ese contexto peligra la continuidad de Roe v. Wade, el marco legal que permite desde 1973 la interrupción del embarazo en Estados Unidos.

La eliminación del Obamacare, prometida por Trump durante la campaña, obstaculizará el acceso de las mujeres a la contracepción. Sin la cobertura instaurada por el mandatario demócrata, ellas tendrán que pagar nuevamente por ejercer este derecho reproductivo esencial.

El tándem republicano también ha anunciado su repudio al matrimonio igualitario. Un cambio en el equilibrio de la Corte Suprema podría echar atrás esta decisión que beneficia a las lesbianas y al resto de la comunidad LGBT.

Y si Trump concreta sus amenazas contra la inmigración musulmana, serán las mujeres –identificables por sus velos—quienes seguramente sufrirán en mayor medida las derivas de la xenofobia.

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Estados Unidos es una sociedad profundamente dividida entre una población blanca en descenso y una creciente diversidad (Reuters)

La política necesita más mujeres

Ellas ocupan apenas el 20 por ciento de los escaños en el Senado y el 19 por ciento en la Cámara de Representantes. De acuerdo con cálculos del sitio FiveThirtyEight, si el ritmo de incremento actual se mantiene, la paridad de género se alcanzaría después del año 2100. En 2011 Estados Unidos ocupaba el lugar 91 en la lista de países según la representación femenina en los órganos legislativos.

¿Falta de aptitudes para ejercer un cargo público? No. La Fundación Barbara Lee ha listado algunas de las barreras adicionales que ellas encuentran: superar la desconfianza que les han sembrado –“la política no es asunto de mujeres”; despertar en el electorado confianza por sus competencias y simpatía –los hombres, en cambio, no necesitan ser agradables; pasar el examen de las apariencias –la manera de vestir, de maquillarse, de hablar; demostrar que pueden gestionar la economía tan bien como los hombres –que, por cierto, han sido los artífices de todas las crisis económicas; y esforzarse el doble por conseguir financiamiento, pues el mundo de los grandes donantes lo dominan también los hombres.

Las legisladoras, por lo general, se preocupan más por determinados temas clasificados como “femeninos”. En Estados Unidos esto incluye los servicios de guardería, las licencias de maternidad y la equidad salarial, por ejemplo. Pero esos beneficios distan de favorecer únicamente a las mujeres. La reintegración de las madres al mercado de trabajo engrosa las filas de contribuyentes y consumidores, lo cual estimula la economía. Al margen de la ideología, las imparciales matemáticas económicas dan la razón al feminismo.

En su mensaje de aceptación de la derrota, Hillary pidió a sus seguidoras que no se rindieran: “Sé que no hemos roto el más alto y difícil techo de vidrio, pero algún día alguien lo conseguirá, y espero que antes de lo que podríamos creer ahora mismo.” Esa confianza alimentará la resistencia en los próximos cuatro años y el coraje para retomar la lucha en 2020.