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¿Persistirá el movimiento contestatario de Trump si él pierde las elecciones?

Donald Trump ha desarrollado una campaña presidencial, durante el proceso primario y ahora con miras a la elección general, como no se había visto tanto por el grado de confrontación y agravio que ha desatado contra multitud de personas y grupos como por el consistente, leal y entusiasta respaldo que ha recibido de sus numerosos seguidores.

Son millones de personas que lo han seguido contra viento y marea y a quienes las críticas, los errores y los escándalos del magnate no parecen causar mella en su convicción de apoyarlo y votar por él. Gran parte de esos simpatizantes –principalmente anglosajones de bajos ingresos, limitado nivel educativo y actitudes conservadoras- está motivada por un malestar real y justificado ante la falta de oportunidades económicas y la percepción de que los grupos tradicionales de poder los han abandonado a su suerte e, incluso, han favorecido injustamente a otras comunidades antes que a ellos.

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Trump ha concitado un movimiento multitudinario cuya influencia irá más allá de la elección de noviembre incluso si el magnate sale vencido. (Getty Images)

Que ese diagnóstico sea correcto o errado es aparte, pero es claro que entre los simpatizantes de Trump, aunque no solo entre ellos, han existido desde largo tiempo conductas racistas, xenófobas e intolerantes que, en este proceso político, han sido exacerbadas por los dichos de Trump, quien pese a todos sus agravios y exabruptos (o quizá justo por eso) es visto por sus simpatizantes como el único que ha dado la cara por ellos y podría ir sin ataduras en contra del aparato de Washington, del cual forman parte por igual las élites republicanas y las demócratas.

En cierto modo, aunque no son equivalentes, el entusiasmo de los simpatizantes de Trump tiene como antecedente reciente el activismo del Tea Party, un fenómeno político contestatario que ha criticado severamente al establishment de Washington pero que, a diferencia del ‘Trumpismo’, está firmemente arraigado en la ideología conservadora.

Las posiciones de Trump, en cambio, con frecuencia se desbordan a izquierda y derecha de las orientaciones de los republicanos y conservadores y muchos de los simpatizantes del magnate simplemente se han entregado al frenesí de posiciones extremistas e intolerantes abonadas por los ataques de Trump contra las mujeres, los mexicanos, los musulmanes, los prisioneros de guerra, los discapacitados, los afroamericanos, los refugiados.

La persistencia y extensión de la actividad de los simpatizantes de Trump ha desde luego sorprendido, y a su malestar y sus prejuicios hay que añadir una dosis de genuina convicción que no debe menospreciarse. Pese a sus expresiones más oscuras, se trata de una parte sustantiva de Estados Unidos que es necesario atemperar, incluir y hacer convivir de modo civilizado, atendiendo para empezar sus reclamos económicos y de oportunidades.

El problema es que, con el encono desatado en la presente elección, el futuro de las grandes masas de seguidores de Trump y de su armonía con el resto resulta incierto, tanto si el magnate gana como si es Hillary Clinton quien llega a la Presidencia.

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Los seguidores de Trump son fieles y numerosos, y sus traspies, ofensas y afirmaciones estrambóticas no han mermado su apoyo. (AP)

Y en todo caso no parece probable que el empuje de quienes hoy apoyan a Trump vaya a difuminarse de repente tras el resultado electoral, ya sea en aras de la victoria de Trump y para darle el margen de gobierno que reclama o por la decepción de una victoria de Clinton luego de que ella fue exhibida como la fuente de muchos de los males de la nación.

Por el contrario, es de suponer que el movimiento iniciado por Trump –con todos sus esperpentos y sus reclamos válidos- podría perdurar incluso tras la derrota del magnate y convertirse en un formidable grupo de presión en la derecha estadounidense e incluso convertirse en una alternativa al Partido Republicano. Eso no significa que su ideología, su orientación y sus conflictos sean deseables o resulten positivos para el general del país (un país que no ya el de sus tensas nostalgias), pero sí que su presencia y actividad no serían meramente un fenómeno coyuntural y de corto plazo.

Quizá por ello, como se ha comentado, Trump ha hecho varias declaraciones recientes que parecen abonar a mantener viva la llama de su movimiento en el supuesto de que el resultado del 8 de noviembre le sea desfavorable.

En The New Yorker, por ejemplo, se formula la pregunta de si los dichos de Trump de que la elección podría ser alterada y su resultado manipulado, su acometida para vincular al presidente Barack Obama y a Clinton con los peores espectros (Trump los llamó los ‘fundadores del Estado Islámico’) y su llamado a que los simpatizantes de una interpretación irrestricta del derecho a poseer y portar armas hagan algo para frenar a Clinton buscarían deslegitimar todo el panorama en caso de una derrota en noviembre y presentar esa situación ante sus seguidores no como el resultado de la expresión democrática mayoritaria del país sino como una conspiración especialmente perpetrada en contra suya.

Con ello, se especula, el movimiento de Trump mantendría impulso y vigencia y sería un actor político de peso en el futuro, quizá incluso sin él, quien también dijo que si pierde se tomaría unas largas vacaciones para volver a su vida anterior, pues no es claro si él esté dispuesto o interesado a recorrer el largo trecho de un opositor político de tiempo completo por los próximos cuatro años.

Además, en la batalla política contra una presidenta Clinton muchas e importantes fuerzas dentro del Partido Republicano y el movimiento conservador podrían también levantar cabeza e impulsarse en el torbellino iniciado por Trump.

Lo que no parece probable es que el clamor social que Trump ha catalizado se apagará de un día para otro y, con o sin el magnate como su líder, será un factor con el que Clinton tendrá que lidiar con actitud abierta y bipartidista. Como se comenta en Wired, que un candidato gane la elección y asuma la Presidencia no significa que haya ganado la “paz postelectoral”.

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Los votos y la movilización de los seguidores de Trump es clave tanto en el resultado del 8 de noviembre como para los conservadores después (AP)

Por el contrario, y más en este contexto, el camino a partir de enero de 2017 será muy cuesta arriba y necesitará tender puentes con todas las facciones y grupos para no incurrir en mayor confrontación y parálisis. Incluso si el movimiento de Trump reduce su perfil o se disipa, Clinton enfrentará oposición severa (basta recordar la pugna de los republicanos con Obama desde 2008 a la fecha), por lo que no habrá una tranquilidad política automática en ningún caso.

Y lo mismo puede decirse del Partido Republicano, pues sea cual sea el resultado de las elecciones de noviembre deberá emprender una transformación de peso, con sus propios problemas como antagonistas pero también con las sombras de Trump y Clinton a cuestas. En ese proceso las multitudes que han apoyado al magnate podrían también tener un papel considerable. Sus votos serán un tesoro que muchos querrán captar.

Y, claro está, los votos deben ser aún emitidos y Trump, pese a que sus probabilidades no lucen hoy las mejores, tiene posibilidad de ganar la Presidencia. La recta final se acerca y aún hay mucho espacio para cambios y sorpresas.

Sigue a Jesús Del Toro en Twitter: @JesusDelToro