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¡Métanmela presa! ¿Podría Trump encarcelar a Hillary?

Donald Trump y Hillary Clinton en un momento del debate celebrado el pasado 2 de octubre.

Por Jorge Sayegh

—“Está muy bien que alguien con el temperamento de Donald Trump no esté a cargo de la justicia en nuestro país”, aseguró Hillary Clinton.
—“Porque tú estarías en la cárcel”, ironizó Trump.

La barra del candidato republicano estalló en risas y aplausos tras esta contestación del magnate en un momento del segundo debate electoral. Desde el primer debate, del cual salieron extremadamente decepcionados, los seguidores de Donald Trump estaban esperando este tipo de “ocurrencias” de su ídolo. Si hay algo que no se le puede negar, es que posee una perversa capacidad para despertar el deleite público de una gran audiencia —casi la mitad del electorado estadounidense— a la cual le resulta muy entretenido observarlo humillar verbalmente a sus oponentes o a sus subalternos, especialmente si son mujeres. Eso no había ocurrido desde las primarias republicanas.

Sin embargo, esta amenaza es un clavo más sobre la interminable cruz donde el candidato ‘outsider’ republicano se empeña en sacrificar a su circunstancial partido. Si bien despierta la euforia inmediata de sus incondicionales, alerta la intuición de los electores indecisos sobre un principio elemental de la democracia: el poder no se usa para encarcelar enemigos. Nada más antidemocrático que amenazar a un adversario político con encerrarlo en la cárcel en caso de asumir el poder. Ese es el tipo de actitudes que manifiestan dictadorzuelos tropicales como Hugo Chávez o Rafael Correa. O acciones que ejecutan autócratas maquiavélicos como Putin o los Kim-Jong. Algunos de ellos, líderes elogiados por Trump.

Volviendo a la pregunta inicial. ¿Podría Trump encarcelar a Hillary en caso de acceder a la presidencia de los Estados Unidos? Tal como funciona el sistema democrático estadounidense y de acuerdo a su estado de derecho vigente, la respuesta sería un rotundo no. Sin embargo la historia nos enseña que no hay nada más incierto que la certidumbre. Repasemos por qué un presidente estadounidense no puede encarcelar a la oposición y luego imaginemos por qué sí.

Democracia: alternabilidad y contrapesos del poder

La democracia moderna y occidental es la forma de gobierno más difícil de implementar. ¿Por qué? Porque su razón de ser implica que quien acceda a la responsabilidad principal del gobierno nunca podrá acaparar todo el poder. Eso significa que, a pesar de haber sido reconocido como la autoridad oficial, deberá negociar constantemente con quien perdió la oportunidad de gobernar y con la infinidad de grupos de interés de una sociedad.

Donald Trump, refiriéndose al redundante caso de los e-mails, dijo: “Si yo gano voy a ordenarle a mi fiscal general que designe a un fiscal acusador especial para que te investigue”. Tal como hoy funciona el estado de derecho estadounidense eso no es posible. Sucede que el fiscal general, a pesar de ser nombrado por el presidente, es un funcionario independiente. Una investigación de la magnitud que representaría enjuiciar a la ex adversaria electoral del presidente —por una acusación de la cual ya fue encontrada inocente— necesitaría nuevas pruebas determinantes, no una simple orden presidencial.

Y esto es así porque hay una legislatura que prevé situaciones similares. Justamente porque hubo un caso cuando la fiscalía general y la presidencia se vieron envueltos de manera subjetiva y subordinada en problemas debieron manejarse sin injerencias del ejecutivo. Se le llamó el Escándalo de Watergate.

Imagen de TV del presidente Richard Nixon anunciando su dimisión. (Photo by Tom Middlemiss/NY Daily News Archive via Getty Images)

En 1972 Richard Nixon se vio envuelto en una investigación del Senado por un supuesto espionaje electoral contra el Partido Demócrata para asegurarse la reelección. Durante el proceso, un sábado por la noche, el Presidente llamó a Archibald Cox, fiscal del caso, para que le permitiera a un senador republicano editar las cintas grabadas que probablemente lo incriminaban. Solicitud a la cual se negó. Nixon de inmediato llamó a Elliot Richardson, fiscal general, para ordenarle que destituyera a ese funcionario. Richardson no dudó en renunciar al cargo por teléfono y sobre la marcha, porque consideró que se trataba de un acto ilegal y un abuso de autoridad. Finalmente Nixon llamó al procurador general, quien consintió destituir a Cox, pero la opinión público nunca aceptó este exabrupto.

Luego, durante la administración Carter, un Congreso con mayoría demócrata promulgó la Ley de Ética en el Gobierno de 1978, redactada con la intención de reducirle poder al ejecutivo en asuntos de investigación judicial. Que fue refrendado recientemente por el actual Congreso. De modo que la amenaza de Trump carece de fundamento legal.

La amenaza totalitaria

Sin embargo, en un hipotético caso de que Donald Trump ganara las elecciones todas las explicaciones anteriores podrían carecer de sentido. Para el momento cuando se escriben estas líneas, Hillary Clinton lidera las encuestas con una tendencia aparentemente irreversible, pero no perdamos de vista que en cualquier momento puede ocurrir un cataclismo electoral de naturaleza inesperada y cambiar la posición del tablero electoral.

Los mismos políticos republicanos que hoy se rasgan las vestiduras por las sandeces que Trump verbaliza, se inclinarían bajo la égida del magnate si llegara a triunfar el 8 de noviembre. La política es una profesión de naturaleza utilitaria y advenediza. Hoy el GOP está en conflicto con su candidato porque siente amenazado su acceso al poder por culpa de sus extravagancias, pero los fenómenos electorales ocurren y nada se sabrá hasta el final de la jornada electoral.

En el fondo, para el partido, se trata de un problema de formas. Las convicciones del Tea Party no están muy lejos de los delirios del millonario, sólo que no son tan “sinceros”. No olvidemos que la gran virtud de Trump, según sus seguidores, es que “dice lo que piensa”. Aunque lo que se le oye decir suene terrible.

Y si ya hemos visto como Richard Nixon pretendió abusar de su poder para defenderse, ¿por qué un hombre como Trump no habría de usarlo para atacar?No olvidemos que el próximo presidente habrá de designar la vacante actual de la Corte Suprema de Justicia, que el Senado de manera inaceptable ha dejado en suspenso, negando inexplicablemente la autoridad del Presidente Obama.

Con un Congreso a su favor y un nuevo magistrado republicano, un Trump presidente podría promover algún cambio en la Ley de 1978 para fortalecer al Ejecutivo en caso de acusaciones penales que podría ser luego revalidado por decisión de una suprema corte con mayoría conservadora. Digamos que aunque parezca improbable y muy difícil, no es imposible alterar las reglas del juego.

Pero el daño ya está hecho

Al margen de toda esta reflexión sobre el aspecto legal, existe una realidad manifiesta en la frase: (si yo fuera gobierno) “tú estarías en la cárcel”. Dos de los fundamentos esenciales de la democracia son la alternabilidad en el poder (o por lo menos la posibilidad real de la misma) y el contrapeso de poderes. Ni siquiera su ejecución, sino la sola amenaza de una retaliación política en caso de acceder al poder es ya una falta antidemocrática.

Para cualquier oposición, la seguridad de que no será perseguida de manera abusiva por su adversario, si este llegara a hacerse del gobierno, es indispensable para que tenga sentido el riesgo de competir públicamente por poder. Si los actores políticos desconfían de la independencia de poderes y se sienten acosados arbitrariamente, la tendencia será a la rebelión, no a la participación.

Que Trump haya proferido esa amenaza es ya, en si misma, una falta ética y política. Sin embargo el riesgo moral está aún más allá del circunstancial, excéntrico y carismático candidato “no tradicional” del partido republicano. El peligro claro y patente reside en la aprobación y el festejo que manifiestan sus seguidores ante esta amenaza. Las palabras de Trump pueden resultar repulsivas para la sensibilidad democrática, pero la risa y los aplausos del electorado son espeluznantes.