Lo que se extingue y lo que comienza en el Partido Republicano con la nominación presidencial de Donald Trump

La nominación de Donald Trump como el candidato presidencial del Partido Republicano para la elección del 8 de noviembre de 2016 ha sido, sin duda, un cataclismo político singular que muy pocos creían posible hace apenas un año.

Al margen del resultado que deparen esos comicios, la irrupción del magnate en la contienda electoral y el éxito que ha tenido en ella hasta ahora han sido sorprendentes: Trump sacudió el aparato político republicano, desplazó al liderazgo tradicional y logró el apoyo de amplias masas de votantes molestos con los políticos, con el gobierno federal y con varias de las transformaciones sociales que tienen lugar en Estados Unidos.

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Donald Trump al hacer su entrada al escenario de la Convención Nacional Republicana para presentar a su esposa Melania, quien dio un discurso. (AP)

Para lograrlo se apoyó en su imagen de empresario de éxito, desapegado de los grupos de poder político tradicionales y se presentó como la solución a las exigencias económicas y los temores socioculturales de amplios grupos de la derecha estadounidenses. Pero, en paralelo, su auge coincide con una agudización de la retórica antiinmigrante, de la tensión racial, de la xenofobia y la intolerancia, lacras que no nacieron con Trump pero que él agitó y catalizó de modo exuberante y perturbador, logrando con ello un apoyo popular y un rechazo ciudadano ambos sin precedentes.

La campaña de Trump ha defendido que el auge y éxito del magnate que lo llevó a lograr la candidatura presidencial implica una transformación del Partido Republicano, para apartarlo de sus élites tradicionales y fundarlo en la voluntad de sus bases. Pero muchos dentro del movimiento conservador y del Partido Republicano han criticado que Trump no representa verdaderamente los ideales y las posiciones de esas bases y grupos (como lo enfatizó en su momento la histórica revista National Review, ven a Trump como un oportunista de tendencias autoritarias e incluso liberales en ciertos aspectos y perciben la nominación de Trump como una suerte de fin de era.

Y hay quien dice que el Partido Republicano al final ha confluido, si bien no de modo monolítico ni sin resistencias, en torno a Trump más que nada gracias al pegamento de su odio contra Hillary Clinton y su malestar por la posibilidad de cuatro años más de administración demócrata.

Pero sea como sea, Trump ha ganado la nominación presidencial del Partido Republicano, una formación política que en muchos sentidos no será más lo que era antes del proceso electoral de 2016.

Ciertamente, hay quienes desde la derecha ven ese fenómeno, y una posible presidencia de Trump, como un cambio necesario y positivo para el país, aunque son muy numerosos los que dentro y fuera del Partido Republicano ven una posible victoria del magnate en noviembre como una catástrofe. Las elecciones del 8 de noviembre decidirán quién ocupará la Casa Blanca, pero para el Partido Republicano la sacudida es ya real y tendrá previsiblemente consecuencias duraderas.

Algunos, como el propio expresidente George W. Bush, han expresado, como comenta Politico su inquietud por el destino de su partido. Bush llegó incluso a decir que tras la nominación de Trump temía ser “el último presidente republicano”.

El pesimismo se fundaría, señala Politico, en que gane o pierda Trump en noviembre, el magnate llevó a tal extremo la retórica racista, xenófoba e antiinmigrante que ésta ha envenenado ya a todo el partido a ojos de los grupos demográficos de mayor crecimiento en el país y, por tanto, habría apartado de modo sustantivo a multitud de votantes que los republicanos necesitan. Y no se trataría sólo de perder una vez más la Casa Blanca sino poner en riesgo su mayoría en el Senado, un logro republicano clave que se podría disipar.

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Donald Trump habla en una transmisión de video a los delegados de la Convención Republicana después de ser nominado candidato presidencial. (AP)

Y no es que las actitudes de tipo racista, antiinmigrante o antisistema no existiesen antes en el Partido Republicano. En realidad eran ya poderosas: el Tea Party irrumpió en 2010 como una fuerza ultraconservadora contraria al liderazgo republicano tradicional y tras la derrota en 2012 el liderazgo republicano reflexionó y se planteó acercarse a las minorías.

Además, desde 2009 hasta hoy la oposición a ultranza y a veces irracional de muchos republicanos a Barack Obama sobrecalentó la noción popular de un Washington al margen de la gente y dominado por sus élites y dio a ciertas políticas y transformaciones socioculturales, de suyo en el primer plano del debate político, un tono de amargura y derrota para los conservadores, entre ellas la promulgación y mantenimiento de la Ley de Cuidado de Salud conocida como Obamacare, el reconocimiento legal del matrimonio homosexual o las iniciativas de alivio migratorio DACA, DACA+ y DAPA.

Pero la tensión social y racial ya existente y el malestar de muchos votantes hacia el actual modelo de cosas (que el liderazgo republicano tradicional habría, presumiblemente, buscado capitalizar en la elección de 2016) acabaron en la órbita de Trump, quien las estiró con su propio torrente de prejuicios, animadversiones y ofensas. Trump no fue quien cambió al partido o a la base republicana, pues esta ya estaba en transformación para volverse mucho más conservador, pero sí incidió en que ese cambio brotara al margen de los líderes tradicionales, de modo especialmente punzante y posiblemente, a la postre, contraproducente.

Por ejemplo, el portal FiveThirtyEight comenta que en 2016 la variable que más identificó a un republicano es el acuerdo con la noción de que el número de inmigrantes que entran al país cada año debe reducirse. Trump aceleró en esa línea y fue el ganador en la contienda primaria, pero habría también debilitado sus posibilidades en la elección general y, a un plazo mayor, debilitado al Partido Republicano mismo de cara a grupos de creciente importancia demográfica y política mientras su propia base (mayoritariamente de raza blanca, de edad mayor que otros grupos y con menor nivel educativo) se estanca e incluso decrece.

Esos votantes ya no serían suficientes, sin apoyo amplio de las minorías, para ganar elecciones presidenciales con o sin Trump, con o sin líderes tradicionales.

La dirigencia republicana estaba consciente de ello tras la derrota de 2012 y se propuso, al menos en el papel, comenzar a remediarlo. Pero todo eso se vio alterado por la irrupción de Trump, quien ha buscado mitigar esas deficiencias con su magnetismo personal y su actitud contestataria ante Washington.

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Los hijos de Donald Trump han tenido un papel destacado en su campaña y podrían estar prefigurando el inicio de una dinastía en la política de EEUU, (AP)

El ansia de un liderazgo audaz y en sintonía son el sentir y las angustias de las bases conservadoras y el rechazo frontal a Obama a Clinton, al parecer, han compensado hasta ahora las carencias, las extravagancias y la acidez de Trump de cara a la derecha. Sería una suerte de dulce remecer previo a una sacudida tóxica.

Trump, así, habría ganado la candidatura haciendo despertar a mucho de la base republicana (él ha obtenido el mayor número de votos en una primaria republicana) y al final concitando apoyos de una parte clave de la jerarquía partidaria pero lo logró acicateando los malestares y los prejuicios en asuntos económicos, raciales, ideológicos, religiosos y de relaciones internacionales. Por ello, muchos republicanos temen que no haya vuelta atrás en ese camino y que la noción de un Partido Republicano más incluyente, apartado de nostalgias, capaz de unirse a sí mismo y tender puentes bipartidistas esté cancelada en el presente ciclo político y por otros más, incluso (o a pesar) si gana la Presidencia.

Para Trump no habría marcha atrás y su único camino es el triunfo en noviembre. No lo tiene asegurado y hay republicanos y conservadores que no lo desean, pero es un logro ciertamente posible.

E incluso aunque Trump sea vencido en noviembre y las élites de Washington retomen las riendas del partido, las bases conservadores que han impulsado y aclamado a Trump no se irán de repente, y serán una fuerza recurrente, necesaria para los republicanos, y con las que habrá que tratar.

En ese sentido, el Partido Republicano no será más lo mismo que era antes de la nominación de Trump.

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