La tremenda sacudida que un triunfo de Clinton o Trump tendría en la orientación de la Corte Suprema de EEUU

Una de las aristas más punzantes de la actual contienda por la Presidencia de la República es la facultad que el ocupante de la Casa Blanca tiene para nominar jueces a la Corte Suprema y, con ello, incidir en la tendencia ideológica de sus ocupantes y de sus decisiones.

Esa circunstancia es hoy muy acuciante por el hecho de que actualmente existe una vacante en la Corte Suprema (tras la muerte del juez Antonin Scalia, lo que dejó solo 8 jueces en activo) y por el bloqueo que los republicanos en el Senado han hecho del nominado de Barack Obama para esa posición, Merrick Garland.

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La más reciente foto de la Corte Suprema en pleno, incluido el recientemente fallecido juez Antonin Scalia. (Wikimedia)

Así, ante el actual impasse, todo indica que habrá que esperar hasta que se dé la transición en la Presidencia para que el Senado comience a considerar el reemplazo de Scalia, lo que romperá el actual empate entre cuatro jueces ‘conservadores’ y cuatro ‘liberales’, por simplificar la ecuación, que actualmente existe en la Corte Suprema.

Y si a la vacante actual (sin fecha para ser ocupada) se añade que para enero de 2017, cuando comience el nuevo periodo presidencial, cuatro jueces tendrán más de 78 años y dos de ellos más de 80, la posibilidad de que se abran nuevas sillas en el máximo tribunal durante la próxima administración federal resulta considerable.

La tensión, alimentada desde las campañas tanto de Donald Trump como la de Hillary Clinton, es que el ganador de la elección presidencial a la postre inclinará la balanza ideológica en la Corte Suprema, lo que tendría fuertes repercusiones en el caso que ese Tribunal dicte fallos futuros sobre temas críticos de jurisprudencia de índole social, política y de vigencia de derechos en Estados Unidos.

El dilema es especialmente sensible entre los conservadores, aunque no por ello hay una conexión irremediable y directa entre votar por un candidato (en este caso Trump) en aras de prevenir que la Corte Suprema tenga una mayoría de jueces liberales.

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Manifestantes que rechazan el aborto se expresan frente a la Corte Suprema de Estados Unidos. (AP)

Así, por ejemplo, William Bennett (exsecretario de Educación) señala en RealClearPolitics que Estados Unidos podría superar las “infelicidades y actitudes impropias ocasionales” de un presidente Trump, pero no podría hacerlo con una Corte Suprema liberal que, según él, propiciaría que los alivios migratorios (DAPA y DACA+) frenados judicialmente lograran ser validados y concedieran santuario a millones de inmigrantes indocumentados, que se imponga a empresas y entidades con una orientación religiosa a cumplir con mandatos legales que van en contra de sus convicciones de fe (como ofrecer seguro médico con cobertura contraceptiva a sus empleados), que se avale el acceso y uso general de las personas transgénero de los baños según su identidad sexual y no su sexo genético, que se prohíba la portación de armas en público y se restrinja la Segunda Enmienda constitucional, que la Agencia de Protección Ambiental incremente la regulación contra la industria de los combustibles fósiles o que se invaliden normativas estatales que restringen la práctica del aborto más allá de lo avalado a escala federal.

Todas esas posibilidades resultan ominosas e indeseables para los conservadores y la derecha, aunque son bien vistas, incluso consideradas necesarias, entre los liberales y progresistas. La polarización es honda en varios de esos temas.

En contrapartida, Dylan Matthews comenta en Vox que una Corte de mayoría liberal (lo que podría resultar de un triunfo de Clinton) podría poner fin al modelo de encarcelamiento en solitario de larga duración, abatir el encarcelamiento en masa de personas (muchas veces por delitos menores que podrían ser abordados de otro modo), eliminar la pena de muerte, terminar con el modelo de financiamiento privado irrestricto de propaganda política (resultado del fallo Citizen United v. FEC), reducir las normas que complican el voto a ciertos grupos sociales, frenar la delineación de distritos electorales a modo de los políticos en el poder y reducir los obstáculos para la práctica del aborto en las circunstancias en las que está legalmente permitido.

Los conservadores alertan sobre esas posibilidades y las califican de calamitosas, y ese diagnóstico ha motivado a muchos de ellos, que están en desacuerdo con Trump pero rechazan una presidencia de Clinton, a inclinarse por el magnate en aras de prevenir la composición de una Corte Suprema liberal.

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Una manifestación en favor de los alivios migratorios DAPA y DACA+, frente a la Corte Suprema de Estados Unidos. (AP)

Pero no todos los conservadores opinan así. Por ejemplo, Ian Tuttle pondera en National Review que si bien el prospecto de una Corte Suprema “definida por Hillary Clinton es ominoso” a sus ojos, esa posibilidad no sería suficiente razón para votar por Trump, quien por sus propuestas autoritarias, sus prejuicios y sus desplantes significaría un riesgo aún mayor para el orden constitucional del país que una Corte Suprema liberal.

En todo caso, la única plaza actualmente por cubrir en la Corte Suprema es la del fallecido Scalia, y el único nominado (y bloqueado) es Garland, quien en realidad es moderado, aunque con frecuencia desde la derecha se le considere liberal. Ninguno de los otros jueces activos de mayor edad ha anunciado su intención de retirarse de modo abierto (aunque ha habido especulaciones y rumores en algunos casos), pero ciertamente su veteranía hace explícito que el reloj avanza y que un cambio mayor en la composición de la Corte es una posibilidad mucho más cercana hoy de lo que ha sido al menos desde tiempos de Ronald Reagan (quien nombró a tres jueces durante su mandato, mientras que George Bush Sr. designó a dos, Bill Clinton a dos, George W. Bush a dos y Obama a dos).

El voto del 8 de noviembre será, sin duda, de gran influencia en el futuro de la Corte Suprema y del impacto de sus fallos para Estados Unidos.

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