La brutal sacudida y lo que se puede esperar del triunfo de Trump en Estados Unidos

La victoria de Donald Trump en las elecciones presidenciales de Estados Unidos ha sacudido, literalmente, al país y al mundo. En primer lugar por su carácter sorpresivo –las encuestas le daban cierta posibilidad de ganar y al final la contienda se cerró, pero el consenso era que Hillary Clinton sería la ganadora– y, más importante, por sus graves implicaciones potenciales para el futuro de la nación y el mundo.

Aunque resulta perturbador que un candidato como Trump –que insultó constantemente a multitud de grupos sociales (mujeres, latinos, afroamericanos, musulmanes, prisioneros de guerra y familiares de soldados caídos, discapacitados, entre otros) y se aupó en un discurso de tonos autoritarios y reaccionarios– haya ganado los comicios, la victoria del magnate tiene la validez legal que le concede su triunfo en el Colegio Electoral, que es donde se elige al presidente estadounidense.

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Donald Trump ha conmocionado al mundo con sus resultados en la elección presidencial de Estados Unidos. (Reuters)

Por ello, la nación requiere una honda reflexión sobre el alcance del malestar social y el auge de actitudes intolerantes que se mezclaron para permitir que Trump sea el próximo ocupante de la Casa Blanca. Comprender y atender esa realidad es indispensable para que, al margen de quién ocupe la presidencia, esas heridas sociales puedan sanar y se evite dañar la institucionalidad y los valores democráticos.

La elección de Trump más que un aval al individuo o un reconocimiento a una candidatura es una expresión de la profunda división que existe en Estados Unidos, de los profundos desencuentros entre gobierno y ciudadanos y del riesgo de que esas diferencias se ahonden y afecten la democracia.

La victoria electoral no legitima las actitudes y planteamientos más hostiles que el magnate abanderó o dejó ser durante su campaña. Pero grupos extremistas podrían suponer que el triunfo de Trump concede validez al nativismo, a la xenofobia, al racismo, a la misoginia, a la intolerancia y a las actitudes autoritarias. No es así, pero ése es una de las graves consecuencias que podría tener el resultado del 8 de noviembre: atizar la llama de los extremismos y, peor aún, darles legitimidad o cabida dentro del aparato de gobierno.

A lo largo de todo el proceso electoral, desde las campañas primarias hasta la fecha, mientras se alertaba sobre los peligros del discurso de Trump también se comentó que la retórica del magnate sería un mero oportunismo para atraerse votos (al parecer, él incluso llegó a sugerir ante The New York Times que ‘todo es negociable’) y es posible que una vez en el poder y con las realidades del gobierno frente a sí, el nuevo presidente realice un esfuerzo de comprensión y contención que mitigue sus ácidos planteamientos de campaña para dar paso a un gobierno, en lo que cabe, incluyente y receptivo.

Pero, como también se vio a lo largo del proceso, eso podría ser pedirle peras al olmo, por lo que la sociedad debe estar alerta y, mediante el ejercicio de sus libertades y derechos democráticos, frenar los arrebatos autoritarios y el frenesí intolerante que, por lo que dijo en su campaña, Trump podría comenzar a aplicar durante su mandato.

Por ejemplo, de emprender su anunciada política de persecución y deportación de indocumentados, su prohibición a la entrada de musulmanes al país, su noción de restaurar “ley y orden” mediante intimidación y detención, sus amenazas de limitar la libertad de expresión o de perseguir a sus opositores y otros de sus desplantes autoritarios, los derechos civiles y las libertades básicas podrían ser vulneradas de modo ominoso.

En el plano económico, sus propuestas fiscales y de proteccionismo comercial podrían desatar mayores crisis y pérdidas de negocios y de empleos, y su idea de abolir la Ley de Cuidado de Salud (Obamacare) dejaría de golpe sin cobertura médica a millones.

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Los seguidores de Trump acudieron en cantidades insospechadas a votar, y al final hicieron la diferencia en la elección presidencial, (AP)

Y en lo internacional, sus afirmaciones de condicionar el apoyo a aliados estratégicos al pago de ciertos gastos, su tolerancia hacia la proliferación nuclear en ciertos países, su plan de exigir a México pagar el costo de un muro fronterizo o sufrir la retención de remesas de indocumentados o su desdén por los acuerdos internacionales para frenar el cambio climático podrían no solo aislar al país de la comunidad internacional sino agudizar muchos de los problemas y conflictos a escala global.

Y, finalmente, tener un presidente con un temperamento impredecible e impreparado, motivado por enconos personales o por actitudes ególatras, es de suyo inquietante. Las graves tareas del gobierno, tanto en el ámbito interno como el externo requieren un carácter firme y controlado que tome en cuenta razones y sensibilidades con un espíritu de apertura, respeto y firmeza. Trump dejó un déficit al respecto en la campaña, pero debe ahora enmendar y levantar estatura. Y millones se preguntan si eso será posible.

El Congreso, la Corte Suprema y la ciudadanía en el ejercicio de sus derechos fundamentales tienen ahora el reto de frenar excesos y acciones contrarias a la institucionalidad democrática y a la vigencia de garantías constitucionales y legales. Y, también, la población puede y debe movilizarse para, en su caso, expresar su rechazo a políticas y actitudes de gobierno que pongan en riesgo la convivencia armónica y la tolerancia, o que suman al país en tensiones y conflictos internos o externos.

Y el presidente electo Trump tiene el reto y el deber de abandonar el faccionalismo y estar a la altura. Asumir una posición de jefe de estado, apartado de posiciones extremas y dando pie a una actitud dialogante y de respeto cabal a la Constitución. A la luz de lo sucedido en los muchos meses de campaña, esta premisa resulta imperativa. El presidente debe gobernar para todos, y una actitud justa, abierta y tolerante al respecto debe comenzar desde el primer día, incluso desde este mismo 9 de noviembre.

Porque, pese a lo que hayan dicho y digan los candidatos y los mandatarios, la solución no pasa por una sola persona, ni por un solo cargo o un solo partido. Hoy los consensos son indispensables y las aperturas fundamentales. El nuevo presidente debe ser el principal promotor de ese proceso.

Sigue a Jesús Del Toro en Twitter: @JesusDelToro