El miedo y el malestar social, los caminos de Trump en su búsqueda del poder político

El discurso que Donald Trump pronunció al aceptar la candidatura presidencial republicana sacudió a la opinión pública de Estados Unidos. Mientras sus seguidores e importantes estamentos de poder republicano lo consideran fuerte y pertinente, justo lo que el estadounidense común (o al menos lo que el republicano común) esperaba y merecía escuchar, otros lo entienden como un mensaje oscuro y pesimista que agita el miedo, propicia la tensión y división social, da la espalda a amplios grupos sociales y aísla a Estados Unidos del mundo.

Incluso dentro de las filas republicanas y de la derecha el mensaje de Trump causó divisiones. Mientras se destaca, como se comenta en el portal Breitbart, que el discurso del magnate ante la Convención Nacional Republicana sale en defensa de los estadounidenses “ignorados y abandonados” por la globalización y la inmigración y otros han aplaudido su propuesta de restablecer de golpe la “ley y el orden” en Estados Unidos, otras voces consideran que las posiciones de Trump son justo lo opuesto a los ideales conservadores.

La revista National Review, por ejemplo, deplora el excesivo énfasis en la figura de Trump como la “única solución” a los problemas del país. Además de la autoexaltación del magnate, esa publicación critica también que su discurso fue excesivamente falto de alusiones a la vida, la libertad y la Constitución.

image

Donald Trump planteó en su discurso de aceptación de la candidatura presidencial republicana un escenario de miedo y pérdida que él dice ser el único que puede resolver. (Reuters)

La noción de que la actuación del gobierno (así sea uno encabezado por Trump) es la solución para atender las necesidades, mitigar miedos y angustias y propiciar el desarrollo de Estados Unidos es, desde la perspectiva de National Review, todo lo contrario a lo que ha defendido el movimiento conservador. Y es desde luego una posición que choca en el Partido Republicano, por ejemplo, con el ideal unificador de Abraham Lincoln o el movimiento encabezado por Ronald Reagan.

Pero más allá de los debates dentro de la derecha hay otras consideraciones que dan dimensión y ponen en perspectiva las posibilidades e implicaciones del discurso de Trump. Y muchas son inquietantes y ominosas.

Trump ha hecho continua alusión a que él es el “candidato de la ley y el orden” y en su discurso ante la Convención Republicana incluso llegó a decir que el 20 de enero de 2017, cuando comienza el nuevo periodo presidencial, con él en la Casa Blanca ese mismo día quedará en el país restablecida la ley.

Un Gobierno intrusivo e intervencionista

La vaguedad y las alusiones hiperbólicas (como comenta The New York Times) son comunes en las palabras de Trump, pero para lograr esa pretensión legalista, como para cumplir sus propuestas de deportación masiva de indocumentados, de forzar el retorno de fábricas a Estados Unidos o de revocar y renegociar acuerdos comerciales internacionales del modo como lo ha planteado, sería necesario un gobierno federal intervencionista, autoritario e intrusivo. Deportar a 11 millones de personas requeriría establecer una suerte de estado policial contrario a las libertades básicas y que afectaría tanto a los indocumentados como a los ciudadanos y residentes legales. El autoritarismo y la hiperexaltación personal no son precisamente atributos democráticos.

Si a eso se suma la estigmatización que Trump hizo en su discurso de los inmigrantes, a quienes se refirió para ilustrar casos de crimen y amenaza al país; la referencia a la comunidad LGBTQ solo en el contexto de la lucha (ciertamente necesaria) contra el terrorismo pero sin atender la discriminación y rechazo que padece desde el propio Partido Republicano; o el énfasis en el restablecimiento del orden sin aludir de igual modo a las urgentes reformas al modelo de justicia y encarcelación que agobia a las minorías, se percibe que el magnate utiliza a esas poblaciones (inmigrantes, homosexuales, afroamericanos y latinos) solo de modo utilitario-electoral, no para propiciar la vigencia de los derechos fundamentales, mejorar las relaciones sociales o propiciar una unidad basada en la diversidad y la solidaridad.

image

La retórica y las propuestas de Trump han causado rechazo en amplios grupos sociales por su carácter divisivo y autoritario. (Reuters)

Al usar legítimas y dolorosas historias de personas agraviadas por el crimen como ariete para satanizar a grupos enteros Trump no solo no contribuye a la verdad y a la justicia (sólo un mínimo porcentaje de los inmigrantes, como el de los ciudadanos, es criminal) sino que impulsa la noción de que miles de inocentes, colectividades enteras, son culpables del sufrimiento de otros inocentes a manos de sujetos individuales, ciertamente repudiables pero específicos.

Es una sustitución de la justicia por la venganza y del debido proceso por la caza de brujas.

La unidad y el orden que Trump pretende, por lo que se trasluce de su discurso, pasan por la imposición de una suerte de ideas retardatarias utilizando para lograrlo el peso del gobierno. Poco hay en ello de democrático o inclusivo. Es una forma de autoritarismo populista en muchos sentidos ajeno a la historia estadounidense y que ha sido construido como una suerte de Frankenstein político para el beneficio específico de Trump.

Finalmente, el proteccionismo y el aislacionismo en política exterior que se perfilan en el discurso de Trump chocan con su noción de combatir el terrorismo, ampliar la potencia militar estadounidense y poner a “América primero”, como reza su eslogan. Con la colaboración con otras naciones afectada por un unilateralismo comercial y en política exterior, las posibilidades de Estados Unidos de recibir apoyo de otros países en la búsqueda de objetivos de bienestar común se reduciría y en su lugar sólo se ofrece el incremento de la actividad punitiva de parte de Estados Unidos: sanciones económicas a quienes no se plieguen a su política comercial y la presión de un ejército más grande y poderoso como fiel de la balanza.

Opuesto a la tendencia general

El espectro de guerras comerciales y de nuevas guerras frías (o calientes) surge del discurso de Trump en un momento en que la prosperidad y la seguridad, a escala nacional e internacional, requieren colaboración y alianza y no imposición y aislamiento. Esa dislocación del entorno internacional colocaría, en realidad, a Estados Unidos en la cola, en un gran rincón cerrado.

Las ideas delineadas por Trump presumiblemente atraerán a multitudes que se sienten agraviadas por el gobierno o que rechazan las transformaciones sociales del país, pero no por ello resultan viables en el contexto de una nación democrática ni son susceptibles de generar armonía, desarrollo económico y seguridad general. Mucho del discurso de Trump es demagogia, un recurso al miedo y a la confrontación, un uso electoralista de las angustias de amplios grupos sociales.

El discurso de Trump arroja gasolina al fuego y atiza muchos de los malestares que en el papel pretendería resolver, además de generar otros nuevos. Es el miedo como palanca. Eso no da automáticamente a las posiciones o ideas de Hillary Clinton, de otros demócratas, de independientes o incluso de otros republicanos una dignidad o pertinencia intachables ni les otorga razón o viabilidad por defecto.

Harán falta muestras extensas y poderosas de lucidez y análisis, de espíritu tolerante, inclusivo y democrático, y de aval a la cooperación, la justicia, la solidaridad, la libertad y el respeto para neutralizar la intolerancia y el miedo. Las fallas de Clinton y los demócratas son considerables y podrán pesarles en noviembre, pero tienen la oportunidad de presentarse de modo esperanzador e incluyente, y no apocalíptico y divisivo y con ello vencer y deslegitimar en las urnas al frenesí de Trump.

image

Trump cuenta con una extensa y activa base de simpatizantes, que coinciden con su mensaje apoyados en su imagen de éxito. (Reuters)

No es claro tampoco que eso vaya a suceder. Los fantasmas desatados por el magnate son poderosos e influyentes y pueden, en circunstancias de crispación social e incertidumbre como los presentes, convencer a millones de votantes encandilados por su fiera retórica, la imagen de éxito a ultranza y los rencores y rechazos a la alternativa.

Trump ciertamente puede ganar la elección con el discurso del miedo (ha sucedido en otros países) pero justamente esa posibilidad en el contexto actual estadounidense es lo que podría conducirlo a su derrota. La huida hacia adelante del magnate en una apuesta arriesgada que podría serle favorable si la respuesta es apática y convencional, si animadversiones ideológicas o mezquindades previenen una reacción efectiva y civilizatoria al reto de Trump.

Pero las sombras de la candidatura del magnate no son definitivas ni el miedo ha sido decisivo. La campaña rumbo a la elección general apenas comienza y Clinton, en tanto la única alternativa al magnate, tiene la oportunidad de optar por una posición más luminosa e incluyente, que concite el apoyo mayoritario de la ciudadanía.

Será el votante quien emita el veredicto democrático el 8 de noviembre.

Más en Twitter: @JesusDelToro