Por qué el próximo presidente de Estados Unidos podría ser más poderoso

Los candidatos presidenciales son, por decirlo de algún modo, máquinas de hacer promesas, de ofrecer cambios, mejoras, reconstrucciones y transformaciones con la idea, al menos desde su punto de vista, de engrandecer la nación y beneficiar a sus habitantes.

Pero de la propuesta a la realidad, de la promesa a la acción y el resultado, hay un muy largo trecho que los ciudadanos, con frecuencia, constatan con decepción cuando comparan lo que escucharon de un candidato en la campaña y lo que se les entrega de parte del gobierno resultante.

Con todo, los candidatos presidenciales se empeñan en mostrarse capaces de lograr enormidades y, curiosamente, muchas veces los votantes los creen capaces de llevarlas a cabo, incluso cuando no está en manos del político cristalizarlas a cabalidad.

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Los candidatos son máquinas de crear promesas, pero muchas son máscaras para atraer votos y no las pueden cumplir por sí mismos. (Reuters)

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Los ciudadanos, con frecuencia, tienden a suponer que los presidentes son más poderosos de lo que son, y muchos aspirantes a la Casa Blanca se empeñan en cultivar esas apariencias. Pero también hay circunstancias en las que el presidente de Estados Unidos es ciertamente capaz de cambiar el mundo, para bien o para mal.

En el caso de la elección de 2016, por ejemplo, Donald Trump ha tenido numerosos deslices autoritarios al afirmar, de la forma rotunda con la que acostumbra expresarse, que desmantelará el sistema político vigente, abolirá la ley de salud Obamacare, construirá un muro fronterizo que hará pagar a México o instruirá a su Procurador General, una vez electo presidente, para procesar judicialmente a Hillary Clinton. Ella, por su parte, ha ofrecido entre otras cosas emprender una reforma migratoria con acceso a la ciudadanía, ampliar Obamacare y corregir sus errores o convertir a Estados Unidos en una potencia en la producción de energías verdes.

En todas esas promesas o propuestas, en realidad, ni Trump ni Clinton tienen en sus manos, por sí solos, la capacidad de cumplirlas, aunque lo crean y lo deseen ellos mismos y sus seguidores más fervientes.

La voluntad política de lograrlo desde luego importa y es el primer paso (Barack Obama no la tuvo para impulsar una reforma de inmigración en su primer periodo con mayoría en ambas cámaras, y a los republicanos les ha sobrado en sus intentos infructuosos de abolir Obamacare) pero eso no basta.

Si Trump llegara a la presidencia, pese a sus afirmaciones de que sacudirá el sistema de Washington, lo cierto es que, en el hipotético caso de su triunfo, necesitará tender muy amplios puentes con las fuerzas del establishment que tanto ha atacado para tener posibilidad de avanzar su agenda: construir un muro fronterizo o deportar a millones requiere, para empezar, una amplia dotación presupuestal que sólo el Congreso puedo conferirle y muchas de sus determinaciones al respecto de inmigración podrían ser impugnadas ante las cortes si vulneran derechos fundamentales.

Es el mismo caso de la abolición de Obamacare: sin el Congreso es poco lo que puede hacer al respecto y, al parecer, incluso si gana (lo que es hasta el momento poco probable) la posibilidad de que el Senado esté controlado por los demócratas es considerable.

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Y hay quien diría que si ambas cámaras fueran de mayoría republicanas, muchos en ellas tratarían de domesticar a Trump y no le darían una carta blanca automática.

Es el mismo caso de Clinton. Su triunfo es más probable que el de Trump y lo es también el de los demócratas en el Senado. Pero en ese escenario auspicioso, el muy probable mantenimiento de una mayoría republican en la Cámara de Representantes pondría un freno, como sucedió durante buena parte del gobierno de Obama, a muchas de sus propuestas. La reforma migratoria y una ampliación de Obamacare serían objeto de bloqueo republicano muy probablemente.

La Corte Suprema es otro factor clave. Actualmente, con un escaño vacante y sus filas divididas entre cuatro jueces de talante liberal y cuatro de línea conservadora, hay una suerte de impasse. Pero el próximo presidente tendrá la posibilidad de nombrar al menos a uno, y posiblemente varios de esos jueces, durante su mandato y con ello incidir en el sentido de muchas sentencias judiciales que podrían ser trascendentales para el país.

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Muchas promesas de Trump y Clinton no son realizables por su propia acción, y requieren al Congreso o podrían encarar frenos en las cortes. (AP)

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Así, a juicio de juristas y expertos entrevistados por The Washington Post y Fortune en ciertos casos quien ocupe la presidencia podría tener más poder de lo usual, en principio por los posibles nombramientos de jueces en la Corte Suprema pero también, como en el caso de la política exterior o los tratados comerciales, porque la intención, por ejemplo, de Trump de renegociar o romper tratados y alianzas estaría en sus capacidades ejecutivas (si esas acciones no se han emprendido antes se debería, más bien, a que los mandatarios hasta ahora no se lo han propuesto o considerado pertinente).

En cambio, analistas coinciden, por ejemplo, de que el dicho de Trump de que enjuiciará a Clinton y que instruiría a su Procurador General para hacerlo estaría fuera de sus poderes constitucionales, lo que incluso podría llevarlo a ser impugnado políticamente, y sentaría un peligroso y antidemocrático precedente de persecución política.

Sea como sea, los candidatos prometen y los votantes les creen o quieren creerles, aunque al final el sueño, o la pesadilla, se disipen ante las rudas realidades políticas.

Sigue a Jesús Del Toro en Twitter: @JesusDelToro