¿Crees que esta campaña electoral ha sido la más sucia o estrafalaria en la historia de EEUU? Así fue en el siglo XIX

La campaña electoral de 2016, con Donald Trump como protagonista de escándalo, es vista por muchos como una de las más intensas, ríspidas, estrafalarias y descabelladas contiendas por la presidencia de Estados Unidos. El discurso ofensivo del magnate, sus desplantes, su personalidad misma y sus choques a diestra y siniestra han dejado a muchos con la boca abierta. Pero, también, ha sido sorprendente el amplio y profundo apoyo que Trump ha logrado de parte de millones de estadounidenses y la capacidad que él, aupado en ellos, mostró para hacerse con la candidatura del Partido Republicano.

Añadiendo que del lado del Partido Demócrata y Hillary Clinton también ha habido tela que cortar, la estridente campaña de Trump no ha sido el único caso de una competencia por la Casa Blanca que impulsa a arrancarse las cabelleras. Con todo su ruido, y con la proporción guardada, quizá no ha sido la más escandalosa o destructiva.

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Una recreación del duelo entre Aaron Burr y Alexander Hamilton, en 1804, en el que el segundo murió. Ambos fueron enemigos políticos por años. (Wikimedia)

El siglo XIX, por ejemplo, tuvo una larga cauda de campañas y elecciones presidenciales con historias y alegaciones truculentas sobre los contendientes. Aquí van solo algunas de ellas.

En 1800, la elección presidencial tuvo que ser definida por el Congreso entre tres aspirantes que no lograron los votos suficientes en el colegio electoral: Thomas Jefferson, Aaron Burr y John Adams. Alexander Hamilton, otro prócer de los primeros años de la República, maniobró ante el Congreso fuertemente para desplazar a Burr y entronizar a Jefferson, lo que a la postre sucedió, si bien Burr, por las leyes del momento, ocupó la vicepresidencia. Pero el largo encono entre Burr y Hamilton continuó al grado de que, en 1804, ambos se retaron a duelo: el entonces vicepresidente Burr mató al exsecretario del Tesoro Hamilton en uno de los máximos escándalos políticos estadounidenses.

Por si fuera poco, en aquella época los ataques políticos tenían crudas expresiones. Por ejemplo, en 1797 el periodista panfletario hipersensacionalista, por llamarlo de algún modo, James T. Callender atacó a Hamilton y afectó severamente su carrera política al acusarlo de corrupción y de tener relaciones con una mujer casada. Callender también atacó a Adams, al parecer con el aval de Jefferson, y llegó a publicar que Adams “poseía un horrible carácter hermafrodita”.

Las cosas fueron avanzando y en 1824, en la elección entre Andrew Jackson, John Quincy Adams, William Crawford y Henry Clay, ningún candidato logró la mayoría necesaria y nuevamente tocó al Congreso decidir. Jackson fue el candidato que más votos populares obtuvo pero Adams, con el apoyo de Clay, que controlaba la Cámara de Representantes, operó para ser designado presidente. Clay, entonces, fue nombrado Secretario de Estado por Adams. La maniobra fue calificada por los seguidores de Jackson como el “Corrupto arreglo” y la afrenta pesó durante años.

Entonces, en 1828, Jackson y Adams se enfrentaron de nuevo en las elecciones. Esta vez Jackson ganó la Presidencia, pero no sin que antes su madre fuera tachada de prostituta, su esposa fuera acusada de bígama (había estado casada antes con un sujeto abusivo) y el propio Jackson tachado de adúltero. Mientras, Adams fue acusado de haber actuado de chulo, cuando era embajador de Estados Unidos en Rusia, al entregar a una joven estadounidense al placer del zar.

Y, en el otro extremo, qué puede decirse, por ejemplo, de Leonard Jones, quien se postuló como candidato presidencial en varias elecciones entre 1840 y 1860 clamando ser inmortal dado que la muerte, a su juicio, proviene de la inmoralidad. Él, en cambio, dedicado a la oración y el ayuno, viviría por siempre. Su carrera política fue un fracaso y, para colmo, en 1868 enfermó de pulmonía, rechazó atención médica y murió.

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Un cartón satírico sobre el hijo fuera del matrimonio de Grover Clevaland, candidato demócrata que ganó la presidencia en 1884. (Wikimedia)

Años después, en 1884, el demócrata Grover Cleveland fue criticado por su rival republicano por tener un hijo fuera del matrimonio y, se cuenta, incluso se compuso una cantinela satírica que rezaba “Ma, Ma, where’s my Pa?”. Cleveland reconoció que tuvo un affaire 10 años atrás y se cuenta que la mujer fue puesta en un asilo mientras el hijo fue dado en adopción. Con todo, Cleveland ganó la presidencia y la canción acabó convertida en “Ma, Ma, where’s my Pa? Gone to the White House, ja, ja, ja”.

El siglo XX y lo que va del XXI han tenido desde luego lo suyo, y la campaña que han librado Trump y Clinton (y antes el magnate contra el resto de los aspirantes republicanos) pasará, muy probablemente, a los anales de las contiendas más divisivas y retóricamente desmesuradas y escandalosas. Los medios de información y comunicación actuales, además, potencian de modo nunca antes vistos sus vericuetos, distorsiones y mentiras.

Y esto aún no se acaba.

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